Casi un mes desde
mi vuelta a México y mi vida es totalmente distinta a cuándo me fui. Algunas
cosas siguen igual, lo cual me gusta y reconforta… pero otras han cambiado,
entre ellas mi empleo. Ahora mismo, mi
trabajo se ha convertido en “buscar trabajo”.
Es la primera vez
que me he visto en esta situación: no hay trabajo al que ir, no hay clases a
las que asistir… y el desconocido mundo de las entrevistas, currículum y más
currículum por todos los sitios, los famosos “head hunters” –empresas especializadas
en reclutamiento de personal-, los interminables procesos de selección… Todo
ello aderezado con “un buen” (como dicen aquí) de nervios, incertidumbre e
inseguridad a ratos…
Entre tanto, toda
actividad es poca. En momentos así,
me doy cuenta de lo mucho que me cuesta pasar horas y horas sola y estar sin
una actividad concreta. Al mismo tiempo, cuando quieres aprovechar para hacer
muchas cosas, ese mismo pensamiento y vacilación constante -“¿Encontraré un
trabajo?”- en ocasiones te frenan a la hora de hacer todo lo que podrías hacer…
No obstante, en
estas casi cuatro semanas me ha dado
tiempo a muchas cosas… Apuntarme a varios cursos que tenía en mente, pasear
tranquilamente por la ciudad, recorrerme la Roma en bici, descubrir nuevos sitios
y permitirme pequeños placeres culinarios, pasar más tiempo con mis amigas, ir
al Cine Tonalá a ver una película a mitad de tarde (¿Quizás mi primera vez sola
en un cine?), visitar algunos museos que todavía tenía pendientes, inaugurar
nuestra magnífica terraza con amigos, asistir a la celebración de La Tamborrada
en el Centro Vasco de México o pasar un magnífico puente muy bien rodeada en la
playa Saladita.
En estas semanas, con tanto tiempo libre y para mí, va y me da por pensar, pensar mucho. Pensar en muchas cosas, muchas opciones, muchas alternativas, en todo y en nada... A veces pensar mucho no es muy recomendable. Pero otras -de vez en cuando- no viene nada mal...
Javi y yo nos hemos apuntado
a un curso de oratoria. Es un día a la semana y en total son 12 sesiones.
Llevamos tres por el momento y, en cada clase, todos y cada uno de nosotros
subimos a la tribuna, sentimos como nuestra respiración se torna algo más
rápida, agitada, los nervios se aceleran y tenemos que comenzar a hablar frente
a nuestro público. Cada día se nos encarga una tarea, un tema sobre el que
hablar. Somos muchos en clase y cada día
la gente cuenta un pedacito de sus vidas, les escuchas y te paras a pensar,
reflexionas cuán diferentes somos unos de otros y, a la vez, cuánto nos
parecemos… seamos de España, México o la China… Ideas preconcebidas en tu cabeza se van desmoronando una tras otra. Todos tenemos inquietudes,
preocupaciones y sueños parecidos. Cada uno el suyo propio, pero todos tenemos
uno.
Y pensando en
esto de pensar… Hace una semana tuve una prueba dentro de un proceso de
selección para una empresa, a día de hoy, la opción de trabajo que más me atrae
y donde creo que podría realmente aprender y crecer a nivel profesional. No
tenía ni idea de en qué consistiría esa prueba, intenté ir lo más preparada
posible, repasé apuntes de varias asignaturas de la carrera relacionadas,
trabajos, documentación en Internet, me empapé a fondo de la actualidad mexicana…
Y cuándo llego allí, me dejan en una salita con un portátil, en el que
encuentro una serie de instrucciones para realizar tres ejercicios prácticos.
En dos horas se
trataba de demostrar cuán ocurrente,
imaginativo y resolutivo eres. O mejor dicho, eres capaz de ser. Siempre he
pensado que con la presión, imaginación y creatividad pueden verse gravemente
aminoradas, pero también puede suceder al contrario. Cuando no esperas algo y
te sorprende, tú mismo puedes devolver la jugada con otra sorpresa. A ellos y a
ti mismo.
La tercera de las
pruebas, decía así: “Al abrir la carpeta correspondiente, encontrarás una
imagen. Con ella, crea una historia”. ¿Cuál era la imagen? Un ladrillo, nada
más y nada menos. Comparto con vosotros mi pequeña ocurrencia, mis 15 últimos
minutos del tiempo disponible y una buena dosis de nervios son los
responsables:
Toda historia tiene un comienzo
“¿Un ladrillo?”…
pensarán… ¿Por qué un ladrillo? Sí, es nuestra imagen, nuestra insignia, la representación de nuestra empresa, de nuestro
negocio. Y, no… no somos una empresa constructora, un estudio de arquitectura,
ni una fábrica de ladrillos…
Ese
ladrillo ha llegado ahí por una y por mil razones. Las mismas razones por las
que una persona se lanza a comenzar una historia de amor, empieza a estudiar
una carrera, se introduce en la aventura de comenzar un negocio, decide tener
un hijo con su pareja o las mil y una decisiones que todos y cada uno de
nosotros tomamos a lo largo de nuestra vida.
Un
ladrillo simboliza todas ellas. ¿Por qué?
Porque para comenzar algo, siempre existe ese primer momento en el que
se toma la decisión, en el que se está aterrado, se tiene miedo, se tienen
dudas… Se tiene todo eso, pero a la vez se está decidido a intentarlo y a
arriesgarse. Todos ponemos ese primer
ladrillo en nuestras acciones. Y para ello, hace falta valor, apoyo y, en
algunas ocasiones, un pequeño “empujón” económico.
Una vez
se ha puesto “el primero”, el resto es mucho más fácil. Se aprende en el
camino, se ejercita el ingenio y se asimilan los errores que serán nuestros
mejores maestros. Pero lo importante es poner ese primer ladrillo. Después, el
resto sucede…
Al
tener que cumplimentar datos oficiales y especificar el giro de nuestro
negocio, solemos poner “Asesoría e Inversión en nuevos negocios”, pero en el
resto de situaciones –a nuestros potenciales clientes, familia y amigos- les
decimos firmemente que somos: “fabricantes de primeros ladrillos”.
"Cuando
llegue la inspiración, que me
encuentre trabajando."
(Picasso)
Ouuuuhhh yeahhh!!! Saladita all around!!
ResponderEliminarMe encanta!!! Eso es originalidad e inspiración y lo demás son tonterías!!! A ver si hay suerte y suena el teléfono y te dicen que te han cogido! Mucha suerte y ha seguir adelante! Muaaaaaaaa!
ResponderEliminarNerea.