miércoles, 13 de marzo de 2013

Qué sería de nosotros sin recuerdos…


Dicen que mirar al pasado o recordar otros tiempos… no siempre es bueno. Hay que vivir el presente y mirar hacia el futuro. Pero yo soy de las que cree que mirar hacia atrás también puede ser bueno, saber de dónde vienes para poder decidir a dónde vas. Poder mirar hacia atrás, cerrar los ojos, recordar un viaje, un momento, una persona,  una anécdota y sonreír… significa que has vivido cosas buenas que te gusta rememorar  ¿Cómo eso iba a ser malo?

Cada lugar, cada país, cada casa, cada ciudad es diferente a cualquier otra que hayas visto antes. Pero es inevitable que territorios, sonidos, perfumes, momentos o segundos te hagan revivir algo que ya pasó… algo que viste, te gustó y tu mente decidió guardar para volver a ello siempre que desees. Es lo bueno de los recuerdos: siempre están ahí y siempre podemos recurrir a ellos.

La semana transcurre con normalidad. Voy al gimnasio y, aunque todos son distintos y ya he pasado por unos cuantos (Zaragoza, Leganés, Madrid, Maastricht, Amman…), éste tiene algo que me recuerda a uno de ellos. Creo que es al de Madrid, en Plaza de España. Era pequeñito, un poco cutrecillo pero con encanto, los sitios siempre con encanto. El factor básico y esencial de un gimnasio es que esté cerca de casa. Si esa característica no se cumple, no valen, porque acabas no yendo y se “fastidió el invento”. Sí, me recuerda al de Madrid, bajas unas escaleritas de caracol y estás en la sala de máquinas… ese es el punto en común y que hace que el piloto automático se encienda en mi cabeza y en algunas mañanas en las que llego dormida, en un abrir y cerrar de ojos, me teletransporte a ese concreto lugar de Madrid, durante unos segundos y en mi mente.

Mi asiduidad al gimnasio debe hacer que mi masa muscular vaya creciendo. O quizás lo que va creciendo (hasta límites insospechados) es mi torpeza. Espero que lo que no esté creciendo sea la factura de la parte de mi fianza que no me van a devolver. Por el momento mis “víctimas” han sido la tapa de la cisterna de un baño pequeñito que tenemos en el cuarto de la lavadora y una de las puertas de mi armario. Un buen día (es cierto que iba con más prisa de lo normal y un poco acelerada) abrí la puerta y me quedé con ella en la mano. Menos mal que justo detrás está la cama y debido al peso de la puerta (con el que ni todas mis mañanas de gimnasio pudieron), caímos ella y yo sobre las sábanas. Tranquilidad. Sigo viva y con una historieta más para reír y contar. 



Entre semana, con una nueva amiga, descubro un nuevo lugar. Mucha novedad. Se llama “El Faraón” y es una taquería. El sitio tiene historia porque aquí el que es famoso por sus tacos es “El Califa”, una cadena con establecimientos por todo DF. Se oye que El Faraón es la versión “alternativa” de El Califa. Pero la realidad es que hubo gresca, uno de los cocineros se enfadó, se fue y se montó su negocio rememorando al Antiguo Egipcio. La verdad es que de egipcio tiene bien poco. Probamos las costras (tacos con la tortilla crujiente y con queso fundido), jugo de carne (nada recomendable por la noche) y gringa al pastor (muy aceitoso) y para pasar todo ese festival, agua de Jamaica. Este sitio me recuerda  al comedor de un colegio (es cierto que yo nunca comí en el colegio) pero si que me recuerda a las carpas que se montaban en los campamentos de verano a los que fui durante años haciendo las veces de comedor.  Todo muy auténtico, aunque hay quien dice que habría que llamarle el “Califake”. Peleas gastronómicas. 




El viernes cenamos en un sitio “hipster” de La Roma. La verdad es que de hipster no tenía casi nada.  Mesitas pequeñas, una barra en la que cenar, muebles de madera, copas de vino decorando el lugar, menú a base de tapas variadas… Me quiere recordar a algo. Ese algo se llama La Latina, tiene nombre de domingo y huele a vino tinto.

Volvemos a nuestra adorada Pulquería. Quedamos con un amigo que celebra allí una especie de cumpleaños. Recordamos el lugar, su terraza, sus sucesivos pisos e infinitos rincones. Nos gustó y nos vuelve a encantar. Pero la cosa parece que está poco animada, hay un momento crítico, el sueño parece que se adueña de mí, cometo el error de sentarme en una silla… parece que la noche está perdida… Pero no. La Pulquería anima hasta a los muertos. Es nuestro antro. Atrás queda la silla y comienzan los bailes. Me encanta ese lugar. Me recuerda a algo… el sitio no tiene nada que ver pero en los recuerdos hemos dicho que no se manda y todo vale. El hecho de que puedas encontrar todo tipo de personajes, que aun así (o precisamente por eso) te sientas cómoda, a gusto, como en casa. La música, el lugar, el sitio. Todo te gusta. Parece que me quiere recordar a mis primeros años por Madrid y mis salidas con una acompañante muy especial al…Mondo. 



El sábado toca llenar la nevera. Volvemos a nuestro mercado, a por fruta y verdura. Creo que ya os conté que “la moda de lo verde” ha llegado a nuestro hogar. Y no parece querer marcharse. Esta vez es como siempre… pero  a la vez es diferente: ya estamos los “cuatro mosqueteros”, no falta nadie. Hoy nos toca sentarnos en un lugar diferente: frente al cocinero, con asientos en primera fila.  El dueño del puesto nos conoce, siempre nos saluda amistosamente y, poco a poco, nos va contando los entresijos de su negocio. Siempre tenemos la duda de si deberíamos probar un sitio nuevo, conocer otro lugar. Pero no. Siempre volvemos ahí. Porque nos encanta. 


Este finde toca un poco de relax y qué mejor forma de relajarte que con un poco de naturaleza. Vamos a otro barrio que no conocíamos: Chapultepec. Allí paseamos por un parque que tiene de todo: puestos de pelucas (tentaciones continuas de comprarme alguna), de raspaditos o nevaditos (helados), de bromas, de calcomanías, de ropa, de sombreros, de tacos, de chucherías. Los niños se pintan la cara y comen helados, la gente canta, se tumba en el césped. Hay un lago con barquitas y la estampa se completa con grandes edificios al fondo (curiosa composición). También me trae recuerdos, el paseo, el helado, el lago y las barcas… por un momento, cierro los ojos y vuelvo a Madrid, estoy en el Retiro. 






El domingo es uno de esos “días tontos” en los que finalmente recopilas tus últimas 12 horas y ves que no has hecho algo demasiado productivo. Pero que, de vez en cuando, vienen bien, se agradecen y, de nuevo, nos encantan. Comemos “rancho”, un plato típico aragonés que dos de los cuatro aragoneses de la casa no conocíamos. Muy rico, por cierto. Las horas van pasando y un conjunto de actividades se van sucediendo. Dormir. Leer. Planchar, otra actividad hogareña que no está entre mis virtudes pero la cosa se complica cuando –intentando hacer de tan aburrida tarea un momento más placentero-  la combinas con ver una serie en la televisión. Las mujeres sabemos hacer varias cosas a la vez, pero cuando una de ellas no es tu fuerte, vas y te quemas el brazo, una y más veces.




Cualquier cosa te puede evocar un recuerdo, los cinco sentidos están alerta y cualquiera puede ser el elegido. El oído es uno de los más habituales. Si cierras los ojos y sólo te concentras en lo que escuchas, miles de imágenes pueden venir a tu mente. Desde nuestra casa no para de escucharse el paso de los aviones. El aeropuerto de DF está en medio de la ciudad. El momento de sobrevolar la capital mexicana es alucinante, porque durante casi media hora no paras de ver edificios y más edificios, parece que nunca se acaba. En su día quedaba "a las afueras", como suele ser común, pero la ciudad fue creciendo, creciendo y creciendo hasta convertirse en la gran urbe que es hoy en día y la pista de aterrizaje está inmersa en la ciudad como si de uno de sus habitantes se tratara. No es comparable pero, como ya hemos dejado claro, cada uno tiene sus recuerdos y la forma en la que aparecen es incontrolable. Todo vale, nada es correcto o incorrecto. El continuo “goteo” de aviones sobrevolando la ciudad, por su cercanía, repetición y regularidad; evoca en mí un recuerdo muy curioso: las cinco llamadas al rezo que ya formaban parte de mi día a día en Jordania. 



Poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces 
(Marco Valerio Marcial) 

Y como la cosa va de recuerdos… al buscar una frase, es cierto que desde que leí ésta, se convirtió en mi favorita… pero al descubrir su autor, no pude sino elegirla para clausurar este post. Es de Marco Valerio Marcial. Poeta que nació en Bílbilis –actual Calatayud- y su obra se componía de un género muy particular: el epigrama. En el colegio realicé un trabajo sobre este autor , mi padre me ayudó y en mi mente se me quedaron grabados su nombre y una imagen: mi padre y yo trabajando “codo con codo”. 




4 comentarios:

  1. Luciiiii, increíble como siempre, haces que parezca que estemos viviendo contigo esa experiencia! Los pelos de punta!!!
    Muchísimos muchísimos besitos y abrazos! tq! Nerea!

    ResponderEliminar
  2. Gracias a quién sea...que tenemos recuerdos..porque si esperamos a tener fotos...yo no sé si habría visitado alguna vez Suecia....

    ResponderEliminar
  3. Claro que me acuerdo cuando hicimos el trabajo de Marcial
    Pensaba que me ibas a nombrar por otra cosas: el arreglo de la puerta del armario. Pero da igual con tal que te acuerdes de mi
    Un beso

    ResponderEliminar
  4. "Nosotros estamos hechos, en buena parte, de nuestra memoria. Esa memoria está hecha, en buena parte, de olvido..." Jorge Luis Borges.
    Un abrazo, Luci.
    María Jesús

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...