El tiempo vuela… y, mientras
tanto, nosotros reímos, vivimos, vemos mundo… pero vuela… y casi sin
enterarnos… cumplimos dos meses en México lindo.
…Probamos nuevas experiencias.
Esta semana tocó la del “cine VIP”. Toda
una liturgia, cargada de “postureo” y preparación. Para dos novatos como
nosotros (Héctor tomó la gran decisión de no venir), la “jugada” no salió
demasiado bien. Pudo deberse a la poca experiencia en la materia, unida a
grandes expectativas y a muchas ganas de sushi. Explico. Nos habían contado, o
nos habíamos querido imaginar, o una mezcla de ambas… que el cine VIP consistía
en una maravillosa sala, con asientos gigantes, reclinables y en la que te
servían sushi a discreción, amén de toda la bebida que querías. Y más. Y todo
ello, sin moverte de tu sitio. Un grupo de españoles nos habían invitado a ir,
era noche “2x1”, todo estaba de nuestro lado. O eso creíamos.
Conclusión de la velada: la
película era a las 10,30 p.m. El cine está en Polanco, 100 pesitos de taxi de
ida (unos 5 euros). Llegamos hambrientos no, lo siguiente. “Hay que hacer hueco
para comer todo el sushi que podamos” (buen plan). La sala del cine es más
pequeña de lo normal, con asientos gigantes (eso sí que fue tal y como
imaginábamos, creo que lo único) y camareros y camareras de un lado para otro,
atendiendo las peticiones de los asistentes. En cada asiento, a un lado tenías
una mesa con un aparatito con tres botones que debías utilizar para llamar al
camarero en cualquier momento. El hecho de que hubiera personas con bandejas
kilométricas paseándose a mitad de película, entre los asientos; era algo un
poco extraño y un tanto incómodo.
En la mesa también había una
carta con las mil millones de opciones a elegir (tacos, sándwiches, palomitas,
bebidas… y nuestro adorado sushi). Empezamos a ver números, cifras, algo que
parecían precios. Y no baratos. Nuestra mente se comenzó a nublar…temíamos lo
peor, apretamos el botoncito, cruzando los dedos y rogando que todos los dioses
nipones nos “echaran un cable” con su querido manjar. Nuestras oraciones no
tuvieron éxito. Ninguno. Al final, tras mucho titubear… Javi consigue preguntar
“¿y esto… no está incluido en la entrada?”. NO. Rotundo y profundo. A pagar se
ha dicho. Finalmente cambiamos el sushi por algo más baratito. Pareciera que
conociéramos de antemano el hecho de que el taxi de vuelta nos tenía preparada
una “timadita” y nos iba a salir caro no, lo siguiente también. La noche nos
salió redonda. ¡Ah! Se me olvidaba lo mejor: la película fue un fiasco. THE MASTER. Hemos leído sobre ella y
tiene buenas críticas. Pero quizás no supimos entenderla. Demasiado simbólica,
profunda, soporífera… difícil para la hora en la que la vimos, las dos horazas
y media que duró y los asientos que parecían camas. Una dura (durísima) prueba
de fuego para alguien que tiene que luchar contra sus párpados cada vez que se
plantea la idea de ver una película. FIN.
Ya que la experiencia de “ser gente VIP” no nos va demasiado bien. Optamos por otra alternativa... “Ser otra persona”. ¡Tenemos fiesta de disfraces! Los hombres de la casa parece que no están nada emocionados. La emoción de los tres se concentra en mí. Se me ha metido en la cabeza que quiero llevar peluca. “De lo que sea, pero con peluca”. Miramos alguna opción, visitamos alguna tienda de disfraces… pero nada nos convence. Todo muy caro (y todavía temblamos con “nuestra noche VIP”, yo que pensaba que los VIP no pagaban nada…). Y nada nos termina de gustar…. Llega el día de la fiesta, el viernes y seguimos sin disfraz. Al final, el que menos motivado estaba con la fiesta (Héctor), se motiva “como el que más”. Ya está. Solucionado. Los tres de la Naranja Mecánica. “La vamos a partir”. Y la partimos. Pero nos costó lo nuestro…
Los viernes yo salgo un poco antes de trabajar, así que toda la confianza estaba depositada en mí. Rumbo al Zócalo, en la zona del centro… en busca de todo lo necesario para nuestro disfraz. La encargada comencé siendo yo pero, finalmente, el disfraz fue el ejemplo más claro del trabajo en equipo. Cada uno encontró una parte que compondría el todo. Javi: los gayumbos largos blancos. Héctor: bombín, camiseta blanca de manga larga y bastón. Y yo: aunque parezca que casi no encontré nada… (y no fue por no buscar, porque me recorrí toooooditas las calles que rodean la zona del Zócalo), encontré una parte muy importante y característica del disfraz: tirantes y calzoncillos.
En mi periplo por las calles del
centro, en busca del disfraz, tuve que sortear todo tipo de obstáculos y
contratiempos. La plaza central estaba “sitiada” por tanques,
helicópteros, aeronaves, soldados y armamento de las Fuerzas Armadas Mexicanas.
No asustarse. Se trata de una exposición que lleva varias semanas para celebrar
un siglo de la existencia de esta Institución. Una multitud hacía fila para
acceder al recinto, sumada a la gran cantidad de policía y vigilancia que había
por la zona. Este escenario, estaba aderezado con un toque místico. Megáfono en
mano, una religiosa pregonaba su devoción a los cuatro vientos, intentando
atraer a fieles, seguidores o “al que pillaba por banda un poco despistado”. Se
le escuchaba desde cualquiera de las cuatro esquinas de la (no precisamente pequeña)
plaza. Esta atmósfera tan ecléctica ponía su “guinda final” con un grupo de
adolescentes enloquecidas coreando consignas que no conseguía entender y gritando sin parar. Mi estupor llegó a
límites insospechados cuando me acerqué a ellas y pude comprobar, en los
rótulos de sus pancartas, que celebraban/conmemoraban/vitoreaban (no sé muy
bien cómo definirlo) el cumpleaños de Justin Bieber, 1 de marzo (¿HOLA?). Mi cara
fue esa misma que ahora tenéis al leerlo. O peor.
Entre tanto entretenimiento, no
me faltó tiempo para recorrer numerosísimas tiendas en busca de unos tirantes y
calzoncillos a juego. La oferta era muy variada y sin querer tomar ninguna
decisión precipitada, consultaba (vía fotos con el móvil) con los otros dos
componentes del trío. Muchos colores, muchas tallas, muchas dudas. Algunas las
solucioné probándome diversos calzoncillos sobre los pantalones que llevaba. El
dependiente de la tienda donde finalmente encontré “los elegidos” debió pensar
que venía de otro planeta, o que sencillamente estaba como una cabra. Pero, al
fin, los encontré. Y, poco a poco, nuestro disfraz iba cobrando forma…
Llegamos a casa, nos reunimos,
pusimos en común todas nuestras compras y confeccionamos el que sería el
disfraz final. El resultado fue un éxito rotundo. Todo el mundo en la fiesta
quería hacerse fotos con nosotros y la búsqueda, el cansancio y el esfuerzo por
encontrar “la aguja en el pajar” habían merecido la pena.
... Paseamos, el sábado tocó por La
Roma, barrio que cada vez nos gusta más. En una especie de callejón entre dos casas,
aparecía una especie de mercadillo improvisado. El cual me encantó. Eché un
vistazo muy por encima. Me gustaban algunas cosas, pero no me decidí por nada… Mi capacidad de elección se hallaba truncada… sólo tenía ojos para una maravillosa corona con pequeñas
flores que ya imaginaba posada sobre mi cabeza, en mi pelo. Amor a primera vista. La
compré. Héctor me dice que tengo algún tipo de obsesión con todo lo que sean cosas
para ponerme en la cabeza: sombreros, pañuelos, pelucas (finalmente no pude
ponerme una para el disfraz, pero en cuanto tenga la ocasión, no la vuelvo a
perder) y ahora… un objeto más a la lista: coronas.
... Salimos de fiesta. Esa noche no estábamos demasiado
animados, pero finalmente nos apuntamos a un plan. Fuimos a un nuevo “antro” de lo
más “fresa” (pijo) situado en el barrio de Polanco. Una famosa discoteca de
Nueva York, ha llegado al DF: OAK (One of a Kind). El nombre ya nos debía de
haber disuadido. Sonaba mucho a VIP y nuestra experiencia con ese mundo,
demasiado recientemente, no había sido nada satisfactoria. Pero allí que nos
fuimos. Cochazos en la puerta, “cover” para entrar (sólo los chicos), mucho “postureo”,
“tú entras, tú no”. Seguimos probando y probando, en busca de encontrar “nuestro
ambiente”, “nuestro garito perfecto”. Todavía estamos en ello. Ese sitio sobre el que sabes que, pase lo que pase, sea el día que sea, siempre va a ser una buena
elección. Viene a mi memoria una frase que define esta idea, de ese sitio, que
SIEMPRE será un acierto: “Sala Sol, diversión asegurada”. Necesitamos nuestra
Sala Sol particular en DF. Y la encontraremos.
Esta semana estamos de
enhorabuena, de celebración. En especial, uno de nosotros [ ;-) ]. Ha llegado
una nueva tripulante a nuestro barco. Una maña más a la casa. La cuarta
inquilina de nuestro hogar. En estos casi dos meses con mis compañeros, no
tengo queja alguna y no puedo estar más contenta. Pero, es cierto, que ese “lado
femenino” a veces se echa en falta. Y ya está aquí: BIENVENIDA SARA.
"El tiempo no es oro; el tiempo es vida"
Que pasa el día 1 que solo gente maja nace o que?(IRONIZANDO) yo que pensaba que solo Javier Bardem y yo habíamos nacido en ese grandioso día....MIERDA Bieber...me has chafado mi cumple
ResponderEliminarPara mí siempre ha habido una ecuación muy clara: "1 de marzo = Roci" ;-)! Ni Bieber ni leches!!!
ResponderEliminarViva la sala sol!
ResponderEliminarGuapa!!!! Madre mía cuántas aventuras! siempre has sido muy de pelucas y cosas en el pelo! jajajaja, me encantan los disfraces! Muchos muaaaaaas! Nerea.
ResponderEliminarUna nueva entrega que no defrauda...esos calzoncillos tienen tanto encanto... jajaja...
ResponderEliminarSigue descubriéndonos México y disfruta de las nuevas llegadas...
Martita Ita Ita