jueves, 22 de agosto de 2013

Un pequeño capítulo de una larga historia de amor-odio: MIAMI EXPRESS

Este post va a ir dedicado a relatar la ardua tarea de conseguir mi visa de trabajo, que comenzó desde antes incluso de mi llegada a México y hoy -tras casi siete meses en el país- llega a su fin. Por fin puedo decir que soy una trabajadora LEGAL en México.

Todo este periplo de idas y venidas al Instituto Nacional de Migración (a partir de ahora INM), de taxis arriba, taxis abajo, entrega de papeles, fotocopias y más copias, fallos, dudas, estrés y huellas tintadas de azul durante dos días… ha llegado a su fin. Y lo mejor que me llevo de todo este trajín es una maravillosa tarjetita y un viaje exprés a Miami ;-)



Es increíble la cantidad de documentos que solicitan a un mexicano que viaja de turista a España (invitación de alguien del país, reserva de hotel de todos los días que vas a pasar allí, copia de los movimientos de tu cuenta bancaria demostrando dinero suficiente para poder hacer frente a todos los gastos de la estancia, visado y una interminable lista). Para los españoles era todo muy sencillo, entraban como turistas y aquí podían gestionar su visado para trabajar fácilmente. Pero tras algunos conflictos de mexicanos a los que no se les permitía la entrada en territorio español y como respuesta a la abrumadora llegada de españoles al país de las rancheras, la cosa se complicó para nosotros los güeros.

Visitas interminables en al INM, filas eternas para pedir información, para que te den un número, para que te digan los papeles a presentar, para presentarlos, para que te digan que uno de tus papeles tiene un fallo, para volver a empezar… La oficina de Migración es una especie de “micromundo” en el que gente de múltiples nacionalidades nos damos cita en un baile de papeles, números, filas, siestas intermitentes, lecturas furtivas, enfados y alegrías, sorpresas, esperas y súplicas.  Con un numerito que te dan desde el principio tienes que ir comprobando en Internet cómo va tu proceso para saber responder a la famosa pregunta “¿en qué fase estás güerita?”. Parafraseando a un amigo mexicano, pues… “¿¡QUIÉN SABE QUÉ!?”. 



Por fin llega el momento, parece que voy viendo el comienzo del fin de esta historia interminable. Un domingo vuelvo de mi viaje a Perú, me presento en Migración ese mismo lunes y, cuál es mi sorpresa al escuchar…. “tiene usted 15 días hábiles para salir del país a un consulado mexicano”. ¿?¿?¿? Estrés irremediable, mi hermano y su novia llegan en 5 días, yo tengo que ir a un consulado, hacer la dichosa entrevista y que me sellen el pasaporte para poder terminar con el trámite. Intento solucionar todo deprisa y corriendo pero –como bien es sabido- “ve despacio, que tengo prisa”. Finalmente programo el viaje para la semana siguiente, ellos estarán también fuera del DF en un viaje de 3 días, así que todo cuadra a la perfección. Próximo destino durante dos breves pero intensos días… ¡MIAMI!

Llego al aeropuerto de Miami a las 00.10 de la noche y hasta la 01.30 de la madrugada no me dejan salir de allí. Hacía mucho que no visitaba el país gringo y ya había olvidado sus paranoias de seguridad y los millones de preguntas que te hacen para dejarte entrar en su “reino”. Finalmente estoy en territorio americano y Carlos, un amigo de mi clase del máster, ha venido a recogerme (y, sorprendentemente, sigue en su coche y ¡no se ha ido aburrido de esperarme!). Llegamos a su casa, entre pitos y flautas son las 3 y hay que dormir, mi cita en el consulado es a las 8 de la mañana.

Soy una suertuda y la casa de mi amigo está a tres calles del consulado mexicano!!! Es el barrio de Brickell, se respira muy buen ambiente, puedes ir paseando a todos los sitios, mucho edificio de oficinas, muchos restaurantes, gente haciendo footing... Mi hogar durante esos dos días está entre el Hotel Four Seasons y la sede del Santander, un imponente edificio de apartamentos.  Al andar por las calles no puedes dejar de mirar hacia el cielo. Los míticos autobuses amarillos se adueñan de las calles, la mezcla entre español-cubano-inglés es de lo más pegadiza y curiosa. Esa combinación entre latino y gringo resulta de lo más atractiva. 



En el consulado todo es mucho más fácil y rápido de lo previsto. Me hacen tres preguntitas, tengo que ir a hacerme fotos y poco más. A las 16 horas de ese mismo día, podré ir a recoger el pasaporte sellado. Haciendo la fila conozco a un chico en mi misma situación: español, vive en México desde hace tiempo y trabaja en el sector turístico en Playa del Carmen (Cancún). Cruzamos las miradas, vemos nuestros pasaportes y en un abrir y cerrar de ojos, ya tengo compañero de aventuras para lo que me queda por Miami.

Aunque sean únicamente dos días, tener compañía siempre se agradece y a mí, que no me calla la boca, pues si tengo a un “amiguito” que me escuche y que me cuente historietas, me encanta. Así que en un acuerdo tácito y sin mucha negociación, pactamos que íbamos a pasar las próximas 48 horas juntos. Jaime me contó muchas cosas de su trabajo, de su vida en la playa y de su conocimiento infinito de los turistas de todas las nacionalidades. Él parecía no tener ningún plan especial, así que no le importó amoldarse a mi lista de “things to do in Miami”. Tenía algún encargo electrónico –visité la Mac Store y Best Buy- y el resto de mis tareas consistían en darme el caprichito de visitar la tienda más grande de FOREVER 21, en Lincoln Road y pasarme una mañana entera en Miami Beach. 


Cambio de ropa para soportar el húmedo calor de Miami y a patear la city. A lo largo de casi toda la ciudad hay un trenecito que va por unos raíles sobre la carretera haciendo infinidad de paradas y serpenteando entre los edificios cual reptil en su hábitat natural. Lo mejor de este medio de transporte no sé si es que era gratis… o que tenía wifi abierto en todo su trayecto!!! Me hice una experta del trasporte de Miami: el Metromover, el metro bus, los buses que cruzaban el puente desde Downtown hasta Miami Beach… en dos días igual crucé de un lado a otro como cuatro veces. La ciudad está llena de jóvenes con gorras, zapatillas VANS y longboard como medio de transporte alternativo 



Miami Beach es una isla unida a la zona continental de Miami mediante cinco carreteras elevadas. Paseando por sus calles, parece que estás en la típica serie americana de playa en la que en cualquier momento te puedes cruzar con Mich Bucanan (en su mejor época) o con los policías que protegen la ciudad montados en sus bicicletas. Cuerpos esculturales, muy poca ropa, figuras bronceadas, español que te hace dudar si realmente has cruzado a Estados Unidos o te equivocaste de avión… La gente es súper amable, te ven un poco perdido y en seguida se ofrecen a ubicarte. Comienzas a hablar en inglés pero nunca terminarás la frase en ese idioma. En cuanto escuchan tu acento, sorprendentemente alternan sin que te des cuenta de un perfecto inglés americano al español más cubano que hayas oído jamás. Mi intento para practicar mi inglés (un poco oxidado en mi vida mexicana) tendría que esperar a futuros viajes… 



Aunque mi hermano estaba en México y yo me había mudado de país, no dejé de acordarme de él. Imposible no hacerlo rodeada de tanto skater y tanto calcetín por encima del tobillo! ;-). También hubo tiempo para visitar una de las tiendas de su lista y llevarle un regalito. Después de mi visita a Miami no volveré a meterme con él y su particular forma de llevar los calcetines, definitivamente ESTÁN DE MODA. 



Mis últimas horas en Miami -una vez había tachado todas mis micro-tareas de la lista- fueron tumbada en la playa, como no podía ser de otra manera. Tras el frío que pasamos en Lima y las lluvias que me esperaban en México, mi mayor deseo era estar tumbada al sol y volver con un poco de colorcito a casa. Tuve que hacer una de “se me olvidó la crema en el hotel, ¿me dejas un poco?” para no morir achicharrada. Fotito del salto con Miami al fondo –gracias a mi compañero de viaje no faltó la instantánea-, última comida al más puro estilo americano y era hora de agarrar mi maletita y volverme para México. Mi cometido allí había terminado. 



Con mi viaje a Miami no estaba todo hecho. Aún quedaban unas cuantas visitas a Migración. Entrega de papeles, pagos en el banco, desesperación tras largas horas de espera, “que hemos perdido tu expediente”, “que de aquí no me muevo si no es con las manos manchadas de azul y con mis huellas en ese papel”. El “genio Jiménez” hace su función y el río sigue su cauce…



Llega el día. En Internet POR FIN puedo leer la ansiada frase: “Su documento migratorio ha sido expedido. Preséntese en la delegación donde realizó su trámite”. Pero no es oro todo lo que reluce. Me presento a primera hora de la mañana con una sonrisa de oreja a oreja. “Hoy es el día” pienso. Hago la fila, entrego mi papel y me dicen que los credenciales sólo se entregan por las tardes…. Lloriqueo al encargado, “por favor, no sabía ese horario, no pueden hacer una excepción, vengo de muuuuuy lejos (como los Reyes Magos), ya que estoy aquí”. Rotundo NO, “los tenemos bajo llave, a resguardo, hasta la tarde”. ¿BAJO LLAVE? No me queda otra, vuelvo por la tarde y, tras meses de sufrimiento, mi esfuerzo tiene su recompensa:


LA GüERITA TIENE SU VISADO. No saben lo que acaban de hacer… ahora sí que no me mueve de aquí ni el más grande de los terremotos :-)





"No vale la pena llegar a la meta si uno no goza del viaje."




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